OFRENDA DE FLORES
Temprano, nos levantamos muy temprano para llegar a tiempo. Pero era una cita importante, no importaba que aun no hubiera amanecido y que lleváramos pocas horas dormidas. No podíamos faltar.
A todo lo malo de las legañas y los bostezos se unió un cielo plúmbeo, que oscurecía el amanecer; y el frío, que se clavaba en la piel. Pensábamos que no podía ir peor; pero sí lo fue. Y lo fue porque todas esas nubes decidieron descargar sobre la ciudad. Quizá fuera su manera particular de hacer una ofrenda a la Virgen, quizá solo quería hacerse notar. Por supuesto, consiguió ambas cosas.
Con penoso caminar llegamos hasta la floristería para recoger la cesta. Por el camino nos dimos cuenta de que se notaba que las inclemencias del tiempo habían vencido a muchos y el número de baturros iba a ser mucho menor que en años anteriores. Incluso pudimos pasar por el Paseo de la Independencia sin apenas pedir paso. Al menos la cesta llevaba ruedas y llegamos pronto al punto de reunión. Este año en una apartada parte trasera de la Lonja. En un inmerecido exilio.
Poco a poco fue llegando la gente, caras conocidas entre los paraguas. Y llegó mi familia, compinchada para sorprender a mi madre, que se vio sin esperarlo rodeada de toda la familia vestida para la ocasión. La mantuvimos ignorante de nuestra intención de aparecer allí, consiguiendo a sus espaldas toda la vestimenta y consiguiendo esa sonrisa sincera y emocionada que buscábamos.
Y llegó la hora de salir. Goteando, acompañando las flores con los paraguas y con los pies chipiados. Salimos; desde un injusto puesto de inicio y por un camino estrecho, acotado por vallas amarillas, casi a modo de encierro taurino. Ladeamos la Plaza del Pilar, como sin hacer ruido, hasta que dimos la cesta y las flores a los sufridores currantes que nos esperaban en el manto aun metálico de la Virgen.
Pero valió la pena. Pese la persistente lluvia que calaba nuestras ropas, pese al frío que se nos metía en el cuerpo y pese al mal camino al que nos repudiaron.
Valió la pena.
Por ver a la gente conocida de Aspanoa, bien alto y orgulloso el estandarte.
Por volverme a ver vestido de mi tierra.
Por juntarme con la familia en ese día tan señalado.
Por ofrecerle un ramo de flores a la virgen, dándole gracias por un montón de cosas, pidiéndole fuerzas para seguir adelante; para que todos podamos seguir adelante.
Y por ver esa sonrisa de mi madre.
No hubo nada que me quitara la ilusión y la satisfacción de la devoción cumplida.
Sí, definitivamente: Valió la pena.
Víctor Guerrero Pablo