Héctor Carbó y Sara Merino tienen 30 y 29 años. Como cualquiera pareja de su edad, acaban de casarse después de 12 años saliendo juntos y viven de alquiler en una casa preciosa en el barrio de Valdefierro de Zaragoza. Pero su historia, que en principio no tendría nada de particular, es muy especial para Aspanoa: ambos fueron niños afectados.
Nos permitimos empezar por Sara, por ser un año más joven que Héctor. A ella le diagnosticaron leucemia cuando solo tenía cinco años. Su tratamiento fue complejo. Primero le dieron quimioterapia en el Hospital Infantil Miguel Servet y, una vez que la médula estaba limpia, le extrajeron por si acaso una parte en el Vall d’Hebron de Barcelona. “Somos cuatro hermanos y ninguno era compatible. Guardaron mi médula allí y menos mal. Porque hizo falta”, cuenta.
Efectivamente, después sufrió una recaída y tuvieron que hacerle un autotrasplante en el propio Vall d’Hebron. “Recuerdo que salí de allí con 8 años, el mismo día de mi cumpleaños”. Siguió yendo a revisiones hasta los 23. Pero todo fue bien. Está curada. Y quitando algún problema hormonal, muy habitual en este colectivo, no le quedan secuelas. De hecho, es una deportista nata. Juega a fútbol sala en la Segunda Nacional con el Red Star. Y además es la coordinadora del Club de Fútbol Sala Dominicos, entrena a chicos y arbitra partidos. Sin olvidar que estudió Magisterio Infantil y de Primaria y ahora, mientras espera que salgan las oposiciones, está estudiando inglés y cuida a unos niños pequeños por la mañana (los lleva al cole).
La historia de Héctor fue muy distinta. Él no recuerda nada. Es normal. A los 3 días de nacer -sí, solo 3 días-, los médicos le detectaron un tumor de Wilms en el riñón derecho. “Lo que hicieron fue quitarme el riñón y los catéteres los conectaron con el otro. Solo tengo un riñón, pero desde aquel momento he estado perfecto. No he tenido ningún problema”. Ahora también trabaja en Dominicos como entrenador de fútbol sala. “Soy su jefa”, se ríe Sara. “Pero yo también soy coordinador”, le contesta su marido entre risas. En concreto, del grupo de Atletismo. Estudió INEF en Huesca -lo que ahora es el Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte- y ahora está sacándose el máster de profesorado y su intención es opositar este año. “También trabajo en el Telepizza”, añade. “Y en verano además es socorrista”, cuenta Sara.
¿Y cómo surgió esta historia de amor? Muy fácil: en Aspanoa. Se conocieron cuando tenían 11 y 10 años en un campamento que se celebró en la sierra de Madrid. “Y a la vuelta fue cuando descubrimos que los dos vivíamos en La Almozara, a solo 50 metros. Íbamos a institutos distintos, pero mis amigas empezaron a salir con su grupo y eso hizo que, en vez de vernos solo los veranos, tuviéramos relación durante todo el año”.
En realidad, no empezaron a salir hasta que tuvieron 18 y 17. “Me venía a recoger al instituto. Además, yo por entonces tenía un perro y me acompañaba a pasearlo por los jardines de al lado de casa”, recuerda Sara. Su relación se hizo oficial precisamente en un campamento de Aspanoa, el del año 2006. Ambos acompañaron en el autobús a los chicos que iban a disfrutar ese verano del campamento y fue entonces cuando uno de los monitores que llevaba más tiempo se lo preguntó. “La verdad es que todo el mundo se alegró mucho”.
“Yo estoy convencido -cuenta Héctor- que sin los campamentos de Aspanoa no seríamos ahora mismo lo que somos. En todos los sentidos. En crecimiento personal y emocional. Y seguramente Sara y yo no nos habríamos conocido nunca aunque vivíamos cerca. Además, de esos campamentos conservamos a grandes amigos”.